sábado, 30 de octubre de 2010

ENTREVISTA A LEÓN DAVID

            Por Francisco Almonte

“CINCUENTA SONETOS PARA AMANSAR LA MUERTE”, LA MÁS RECIENTE OBRA DE LEÓN DAVID, SERÁ PUESTO A CIRCULAR EL PRÓXIMO MARTES 4 DE ABRIL EN EL SALÓN DE ACTOS DE LA FUNDACIÓN CORRIPIO, A LAS 6:30 P.M. LA PRESENTACIÓN DEL POEMARIO ESTARÁ A CARGO DE JUAN FREDDY ARMANDO.

F. A: ¿Cuáles motivos lo han inclinado hacia la literatura?

L. D: Hasta donde puedo conjeturar, vine al mundo con cierta aptitud para irrumpir en los arcanos estéticos de la palabra. Desde muy niño, escuchando declamar a mi madre y a mi padre, pude adentrarme en el misterio de la belleza al que los escritos de los grandes poetas y narradores convidaban. Y encontré en el hogar, en la biblioteca familiar y en las suculentas conversaciones que allí se sostenían, la mejor escuela donde afianzar y nutrir mi temprana vocación por las letras.

F. A: ¿A qué edad y en qué género se inicia como escritor?

L. D: Recuerdo que mi primera incursión en los dominios de la literatura fue una obra de teatro sobre un conocido episodio de la Guerra de Independencia de Cuba, que escribí a los nueve o diez años de edad, texto rudimentario que se representó en la escuela donde cursaba la primaria con el éxito inevitable que un público infantil nada exigente suele asegurar a semejantes travesuras. Luego, durante mi adolescencia y primera juventud, perpetré numerosos poemarios imperdonables que tuve, sin embargo, la lucidez de entregar al irrevocable abrazo de las llamas. Tales fueron mis no demasiado prometedores inicios literarios.

F. A: ¿Cómo se percibe a sí mismo como literato?

L. D: Entiendo que soy un literato a la antigua usanza; esto es, creo en la perfección, importuno la belleza, me mueve el convencimiento de que la palabra, en su función estética, contribuye al ennoblecimiento, dignificación y trascendencia de la vida humana. Porque de ello estoy persuadido, escribo. Si tal no fuera mi certidumbre, me consagraría a cualquier otra actividad, acaso a la plebeya pero no por ello menos necesaria de lustrar zapatos en un banco del parque.

F. A: ¿De dónde surge el pseudónimo de León David?

L. D: Lo adopté a comienzos de la década de los setenta, en ocasión de ciertas engrifadas críticas de teatro que en esos días escribí y que la prensa dominicana cometió la inadvertencia de dar a la luz pública. Quería yo ocultarme en ese entonces tras un nombre falso, acaso por inseguridad ya que –cosa poco acostumbrada- fustigaba sin compasión en tales artículos a comediantes y dramaturgos prestigiosos; pero también elegí el pseudónimo para no cobijarme cómodamente bajo la enorme autoridad intelectual de mi padre, el Dr. Juan Isidro Jimenes Grullón... Y sucedió lo que jamás anticipé: ahora todo el mundo me conoce como León David y casi nadie sabe que hay un tal Juan José Jimenes transpirando en cada letra de ese nombre supuesto

F. A: ¿Cuáles factores considera usted que le hacen más daño a la literatura?

L. D: La ignorancia, plaga que desde tiempos inmemoriales ha acompañado a la humanidad; la lucha diaria en pos de los imprescindibles bienes que reclama la subsistencia, empresa fragosa que no da tregua ni respiro al grueso de la población; el descalabro de la enseñanza de las humanidades en los centros de educación media y universitaria; el abandono de la lectura inteligente, a la que ha sustituido la abúlica contemplación en la pantalla chica de imágenes insulsas o degradantes; y last but not least, la insoportable frivolidad de un estilo de vida hedonista, centrado en el consumo compulsivo, que encarece por sobre todas las cosas la búsqueda insaciable del placer de los sentidos, la persecución obsesiva de la riqueza, el poder y la fama, desvelos éstos ajenos a los sublimes ideales y utopías a los que debemos, en el terreno de la moral, la religión, la ciencia y las artes, los más irrenunciables logros de la civilización..

F. A: ¿Cuáles escritores nacionales y extranjeros han influido en su formación literaria? Por favor, explique su respuesta.

L. D: Me asalta la sospecha de que los escritores cuyas creaciones supremas forman parte desde la antigüedad greco-romana hasta nuestros días del canon occidental, han dejado todos –unos en mayor medida que otros- alguna huella que no sería arduo rastrear en mi obra. No le tengo temor a las influencias estilísticas o temáticas. Todo lo contrario: me estimulan y las cortejo... Ahora bien, si nos circunscribimos a los autores de lengua española más cercanos en el tiempo, me parece que no estaría incurso en error quien aseverase que plumas como José Martí, Unamuno, Rubén Darío, Antonio Machado, García Lorca, León Felipe, Neruda, Borges, Mieses Burgos, Moreno Jimenes, Pedro Henríquez Ureña –entre otros muchos que la memoria, encaprichada, se niega a recordar- se hacen sentir tanto en los versos como en la prosa míos.

Siempre me ha atraído la grandeza. De ella me dejo contagiar. Nada espolea más mi numen que la lectura de una página gloriosamente escrita... Por esa razón acudo, ansioso y reverente, a quienes nunca me defraudan, a mis maestros: los clásicos.

F. A: Usted ha afirmado que no escribe para todo el mundo, ¿se siente identificado con el culteranismo?

L. D: Ensayemos deshacer un equívoco asaz encontradizo y enojoso: no me siento identificado con el culteranismo, pero sí con la cultura y la belleza. Mas como vivo en un medio social ignaro y, por consiguiente, de gusto primitivo, basto y grosero, estoy plenamente impuesto de que mis libros sólo serán frecuentados –y con suerte distinguidos- por unos pocos espíritus selectos. Escribo desde mi condición de hombre que aspira a saborear los frutos superiores de la inteligencia y la sensibilidad. Si esto no interesa al vulgo, no es mía la culpa. ¡Qué más quisiera yo que mis escritos los leyese el pueblo! No es así..., sólo me queda deplorarlo, y seguir escribiendo.

F. A: A su juicio, ¿cuál debe ser la misión del escritor?

L. D: Escribir bien. En tanto que escritor, nada más se le debe pedir. En tanto que hombre..., bueno, ya eso es harina de otro costal.

F. A: De los géneros que cultiva, ¿con cuál se siente más identificado?

L. D: Con el que tenga entre manos en un preciso y singular momento. Los géneros no son más que cauces distintos por donde fluye siempre la misma agua del misterio esencial. Y lo que importa es que el cauce –cualquiera que éste sea- no esté seco. Teatro, poema, cuento, novela, aforismo, diálogo de ideas, ensayo, ¡qué más da!... El género es, hasta cierto punto, circunstancial; la verdad de estético abolengo que por él transita, profunda, eterna, inagotable.

F. A: ¿Por qué todavía no ha escrito novelas?

L. D: Porque como creador –no así como lector- nunca me he sentido atraído por esa modalidad de relato ficticio. La novela no ha tocado todavía a mi puerta y acaso jamás lo haga. El que abordemos un género u otro depende de propensiones anímicas recónditas sobre las que tenemos escaso control. No se escribe una novela porque decidas hacerlo, sino que ella, desde los entrañables predios del alma, resuelve y exige que le prestes tu voz. Y eso, mutatis mutandis, ocurre con las demás formas tradicionales del quehacer literario.

F. A: Hablando de poesía, ¿cuáles condiciones o requisitos básicos debe reunir la poesía para ser poseedora de calidad?

L. D: La calidad poética no tiene explicación. La adviertes y te asombras cuando topas con ella, pero no puedes dar razón de su existencia. Porque ésta no es fruto de artificios o conocimientos que admitan ser asimilados y aprendidos. La buena poesía -¿acaso hay otra?- cabe ser forjada de muchos modos diferentes, pero ninguna manera de poetizar asegura por sí sola la virtud del poema.

Lo único cierto en esta complejísima materia es que el lenguaje poético suele ser musical, densamente metafórico, alusivo, simbólico, indirecto..., y siempre sorprendente.

F. A: ¿Considera como los creacionistas que el poeta es un pequeño Dios?

L. D: Se me hace que pareja opinión, amén de inexacta, delata soberbia y fatuidad. El poeta no es un dios ni grande ni pequeño. Es un simple mortal que, si nació con algún talento lírico y la fortuna le sonríe, podrá amonedar un manojo de versos que las generaciones futuras no se resignarán a preterir.

F. A: ¿Por qué concede más importancia al ritmo que a la temática de la poesía?

L. D: Aclaremos las cosas: lo que funda la dignidad estética del poema es el tratamiento que el autor le ha dado, no su temática. Es la manera como ha sido desarrollado el asunto lo que confiere elevación artística a la creación verbal. El tema del poema interviene como uno más de los componentes que el aedo moldea para obtener el resultado expresivo que procura. Cabe éste hallaremos las felices y novedosas imágenes, la sonoridad acariciante de ciertas frases y expresiones, los imponderables artificios acústicos del verso, los acentos, la rima y tantos otros recursos sintácticos, semánticos y fonéticos cuyo pormenorizado examen tendré la prevención de ahorrarte, recursos que, en todo caso, apuntan al mismo objetivo: gestar un orbe imaginario de cautivador talante que allende el significado usual de las palabras –pero sin renegar de éste- nos enfronte al ser, a la prodigiosa dimensión de lo cósmico, infinito y originario.

F. A: Para aprehender los misterios de la fantasía poética ¿debe emplearse la intuición o la razón?

L. D: La intuición y la sensibilidad y la imaginación, si no me pago de apariencias. La razón es otra cosa. No es mediante la lógica discursiva que abriremos las puertas que permiten la entrada al universo enigmático del poema. 

F. A: Usted ha escrito: “la razón del mundo no es... el mundo de la razón”, ¿podría explicar ese retruécano?

L. D: Con ese enunciado paradójico intento poner de resalto algo en el fondo obvio: que hay una explicación última, elusiva, inabarcable, que da cuenta de eso que llamamos “universo” o “realidad”, un ignoto y desafiante “por qué” que por más empeño que pongamos en esclarecerlo, siempre permanecerá refractario a los esfuerzos de elucidación del pensamiento humano.

F. A: ¿Podría asegurarse que usted posee una aprehensión mística del cosmos?

L. D: Si al misticismo se le despoja de su tradicional connotación confesional y fideísta, acaso deba responder a esa pregunta afirmativamente.

F. A: ¿A qué se debe que en su producción literaria siempre está soñando sueños que lo sueñan a usted?

L. D: Tal vez porque el sueño es la más cumplida y cabal metáfora de existencia humana, habida cuenta de que siempre que nos aplicamos a soñar nos zambullimos en esa zona profunda de nuestro ser, universal y arquetípica, de donde manan todos los símbolos de los que medran el arte y la literatura. Cuando hacemos poesía soñamos despiertos; cuando soñamos, poetizamos dormidos.

F. A: ¿Cree en la vida espiritual después de la muerte?

L. D: El yo y la conciencia individual –a Dios gracias- terminan con la muerte. A partir de ahí no sabemos lo que sucederá..., pero sospecho que el cosmos guarda algunos secretos extraordinarios a los que sin duda algo que fue León David –y entonces será acaso polvo, vacío, silencio y estupor- estará convidado.

F. A: Usted afirma que el ser humano es una criatura metafísica, ¿podría ampliar esa idea?

L. D: Ocuparse de lo sustancial y originario, del Ser, de la ancestral comarca que la realidad fenoménica revela y oculta a un tiempo mismo, debe ser reputado por el más noble oficio de la criatura humana. ¿Por qué estamos donde estamos?, ¿qué rumbo dar a la existencia?, ¿cuál es el valor y sentido de la vida?, he aquí una serie de preguntas para las que la ciencia nunca tendrá respuestas, aunque sea capaz de alcanzar las estrellas y descifrar el código genético de todas las especies vivientes. Y ocurre que tales planteos, rebeldes al proceder indagador científico pero propios de la cavilación metafísica, no admiten ser escamoteados si queremos dar fe de levantada dignidad moral y superior inteligencia. Eso lo saben perfectamente el filósofo, el místico y el poeta. Quien no ha llegado a descubrirlo sólo a medias puede llamarse hombre.

F. A: ¿Por qué considera que el orden metafísico es inmanente a la eternidad?

L. D: Por la sencilla razón de que la metafísica es un sumergirse en las esencias. Y lo esencial, si no perdura, no es esencial.

F. A: En cuanto a la percepción sensorial, ¿entiende que los sentidos del sujeto proporcionan imágenes correctas de los objetos percibidos?

L. D: Proporcionan imágenes que el capricho de nuestra constitución cerebral consagra como “verdaderas”, imágenes frecuentemente aprovechables, sorprendentes a veces y engañosas en más de una ocasión..., pero “correctas” sería el último calificativo que me pasaría por las mientes adjudicarles.

F. A: Para finalizar, ¿qué juicio le merece la crítica literaria?

L. D: Varios ensayos he publicado que pretenden –quizás sin demasiado éxito- ofrecer satisfactoria contestación a esa pregunta. Ahora sólo me animo a decirte que, siempre y cuando su autor sea un individuo sensible, ecuánime, culto, perspicaz, suficientemente sensato como para abominar de modas académicas y esoterismos seudo-científicos en candelero, y posea, otrosí, la necesaria competencia lingüística como para expresar las ideas con elegancia y brillo, la crítica que de su pluma brote resultará valiosa y esclarecedora al punto de tornarse imprescindible. Cuando se convierte en un género literario creativo, sin dejar de lado el insoslayable cometido de interpretación y enjuiciamiento, ha encontrado la crítica su verdadera vocación y más genuina identidad.   

“JENÓCRATES O EN DESAGRAVIO DE LA ESTÉTICA”, LA NUEVA OBRA DE LEÓN DAVID... UNA ENTREVISTA CON EL AUTOR

                                             Por Lorena Oliva

            Nadie con un mínimo de información de lo que se guisa en los calderos de la literatura dominicana contemporánea se sorprenderá cuando se menciona el nombre de León David. Habría que exhibir un temperamento refractario a la belleza del lenguaje para negarse a reconocer que este escritor –señorial, acucioso, profundo- refulge en el firmamento de las letras y el pensamiento vernáculos con luz cuya desbordada intensidad no admite que nos encojamos de hombros luciendo un mohín desdeñoso en los labios... En sus más de cuarenta años de fecunda labor intelectual León David (humanista recalcitrante, porfiado estilista, venerador de la palabra altiva) ha enriquecido el acervo cultural de su país con obras fundamentales cuya hondura filosófica y excelencia formal les aseguran –de ello estoy convencida- vida halagüeña y perdurable.
            Poeta, ensayista, crítico, narrador, dramaturgo, el autor de libros tan afortunados como Adentro, Intento de bandera, Los nombres del olvido, Parábola de la verdad sencilla y El hombre que descubrió la verdad, no ha cesado de entregar lustro tras lustro a sus fieles lectores –acaso no demasiado numerosos, pero sí exigentes- creaciones bizarras cuyas ideas, enfoques y talante expresivo quizás podamos no compartir, pero a las que en modo alguno cabría motejar de insignificantes o triviales.
            No bien iniciado el año que transcurre, León David obsequió al medio intelectual criollo un texto de ensayística crítica meduloso en el que, en más de quinientas páginas, haciendo gala de su acostumbrada exquisitez verbal y conceptuosa solidez poco frecuentes entre los escritores dominicanos hoy activos, nos da a conocer su visión acerca de la cultura, la literatura y el arte. Por supuesto –presumo que el lector sagaz lo adivinó-, me estoy refiriendo a Cálamo currente, obra editada por el Banco Central dentro de su prestigiosa colección al cuidado de José Alcántara Almánzar, la cual, por desventura está  agotada para esta fecha en las librerías. De los valores que atesora Cálamo currente se hizo eco con generosidad la prensa cuando el libro en cuestión fue presentado tanto en la capital como en Santiago.
            He aquí, sin embargo que ahora, aún no repuesta del asombro y goce espiritual que suscitara en mí la lectura de Cálamo currente, su autor nos sorprende con la publicación de otro escrito estupendo y sui géneris que desde ya se perfila como un jalón, como un  inevitable punto de referencia en lo que toca a la filosofía del arte en esta media isla, volumen de doscientas cincuenta y ocho páginas que lleva por título Jenócrates o en desagravio de la estética.
            Sobre esta reciente obra de inusual corte reflexivo, que asume y recupera con innegable acierto y esplendor la olvidada dialéctica del diálogo platónico, hemos querido conversar con León David. A continuación el resultado de nuestro coloquio.

L.O.: ¿POR QUÉ UN LIBRO DE ESTÉTICA? ¿HABRÁ EN EL TODAVÍA EXIGUO AMBIENTE CULTURAL DOMINICANO MÁS DE TRES DOCENAS DE LECTORES QUE MUESTREN CURIOSIDAD POR ESE TEMA?

L. D.: Tal vez tengas razón, y los posibles lectores de mi Jenócrates no superen hoy la cifra que mencionas... Pero yo no escribo para que me lea todo el mundo. Es más, no creo que ningún autor que se respete tome en consideración los gustos, opiniones y proclividades del lector promedio ni tampoco la política literaria de las casas editoriales a la hora de escoger aquello sobre lo que va a escribir. Un escritor serio escribe sólo sobre lo que le abrasa y apasiona. Si no actúa de ese modo nada podrá decir que valga la pena. La primera obligación de un autor responsable es pensar y expresarse con hondura, gracia y vigor. Y ¿quién puede comunicar ideas sustanciosas y felices cuando el asunto que se aviene a tratar no le entusiasma?

L. O.: PERO SEAMOS FRANCOS, LEÓN: SI PUBLICAS ES PORQUE DESEAS QUE TE LEAN, QUE LOS DEMÁS SE ENTEREN DE LO QUE HAS CREADO. DE OTRA FORMA GUARDARÍAS EL MANUSCRITO EN UNA GAVETA DE ESCRITORIOY LO DEJARÍAS DORMIR EL SUEÑO DE LOS JUSTOS.

L. D.: No me malinterpretes, Lorena: Ojalá me lean cientos y miles de personas. No veo por qué envanecerme de tener escasos lectores. Por el contrario, nada me regocijaría tanto como descubrir que mi libro es reclamado igual que hogaza de pan recién salida del horno. Pero la realidad me impide forjarme ilusiones de esa optimista índole.

L. O.: ¿QUÉ REALIDAD?

L. D.: La que tú señalabas hace un instante: La estrechez e indigencia del público lector en estos pagos caribeños.

L. O.: ENTONCES NO LE AUGURAS MUCHO ÉXITO AL JENÓCRATES...

L: D.: Convendría primero definir lo que se entiendo por éxito. Tengo por cosa averiguada que en materia de literatura daremos con dos tipos de obras: las de actualidad y las importantes. Las primeras lo único que tienen a su favor es un tema de moda, una circunstancia; apenas la actualidad de que se nutren se extingue, desaparecen... y es como si nunca hubieran sido escritas. Las segundas suelen causar poco alboroto cuando aparecen. Mas habida cuenta de sus primores y bondades, terminan por imponerse; se convierten en clásicas. Quizás nunca llegarán a ser populares, pero generación tras generación serán apreciadas por cuantos no se conforman con menos que lo mejor... No aspiro a ser exitoso en el sentido de convertirme en un autor cuyas obras se venden como pastelitos calientes cuando se está famélico. Pretendo harto más que eso: aspiro a que dentro de trescientos años alguien que por azar tope con mi libro, lo lea y exclame ¡Caramba, esto lo disfruté!

L. O.: HÁBLANOS DE JENÓCRATES. ¿QUÉ TESIS SOSTIENES EN SUS PÁGINAS?

L. D.: Una muy simple: que si lo que nos desvela es que el ser humano consiga superarse, dignificarse y avanzar, no podemos desentendernos de la belleza. Por consiguiente, reflexionar en torno a lo bello, lejos de presentársenos como superflua y ociosa  ocupación, se nos impone en tanto que tarea crucial e irrenunciable. Nunca el hombre se descubre más hombre que en la belleza.

L. O.: ¿POR QUÉ ADOPTAS LA FORMA DEL DIÁLOGO PARA DESARROLLAR TUS IDEAS? ¿POR QUÉ NO ESCRIBISTE UN MANUAL DE ESTÉTICA, UN TRATADO, UNA MONOGRAFÍA O UN ENSAYO?

L. D.: Porque Jenócrates –al igual que la obra que le antecedió, Diotima o de la originalidad- surgió gracias al estímulo espiritual que en mí produjo la monumental e imperecedera creación platónica. Me propuse –atrevido pigmeo- emular a ese titán del pensamiento y la expresión. El saldo, bueno o malo, ha sido el libro sobre el que ahora me interrogas.

L. O.: ¿POR QUÉ HABIENDO TENIDO UN ORIGEN TAN ILUSTRE Y HABIENDO SIDO CULTIVADO EN CIERTAS ÉPOCAS POR PLUMAS EMINENTES, EL GÉNERO DEL DIÁLOGO FILOSÓFICO PARECE SER HOY, SI A LAS EVIDENCIAS ME REMITO, CASI UN OBJETO DE ANTICUARIO, UN VESTIGIO ARQUEOLÓGICO?

L. D.: La razón de parejo repudio es obvia: el decaimiento de las humanidades y el consiguiente desprecio de lo que éstas fervorosamente encarecían: la distinción expresiva unida a un pensamiento erguido, lúcido y contundente. Tiempos son estos de vulgaridad y vacuo experimentalismo. Imposible que en tales circunstancias el diálogo filosófico prospere y logre despertar el interés del lector promedio.

L. O.: ¿EN QUÉ CONSTITUYE UN APORTE EL DIÁLOGO JENÓCRATES?

L. D.: Para empezar, en cuanto puede conjeturarse, muy pocos escritores en nuestro país se han dedicado a reflexionar a fondo en torno a los arrebatadores problemas que el arte y la belleza plantean. Así las cosas, como no cuenta con notables ni copiosos antecedentes, este libro es de por sí una novedad. De otra parte, intenté levantar mi palabra, pues ¿cómo hablar de la belleza acudiendo a un lenguaje ápodo, seco o desaseado? Y me impuse también la obligación de que por más que ahondara en el análisis de las elusivas cuestiones estéticas, mi discurso, evitando tecnicismos laboriosos, no perdiera el encanto risueño de la contraposición de criterios propia del culto pero espontáneo coloquio familiar. Si en alguna medida tuve éxito en semejante empresa, con ello te habré respondido  cuál pueda ser el aporte de Jenócrates.

L. O.: ¿DESEAS AÑADIR ALGO MÁS?

L. D.: Sólo dos cosas: que Jenócrates ha tenido el privilegio de ser prologado por una de las mentes filosóficas más esclarecidas de República Dominicana, el Dr. Luis O. Brea Franco., quien, en páginas que no tienen desperdicio, lo examina, valora y juzga... Y que dicha obra está ya a la venta en las mejores librerías del país y también el la Feria del Libro.